martes, 6 de agosto de 2013

Animarse a volar.


 ...Y cuando se hizo grande, su padre le dijo: -Hijo mío, no todos nacen con alas. Y si bien es cierto que no tienes obligación de volar, opino que sería penoso que te limitaras a caminar teniendo las alas que el buen Dios te ha dado.
 -Pero yo no sé volar – contestó el hijo.
-Ven – dijo el padre. Lo tomó de la mano y caminando lo llevó al borde del abismo en la montaña. -Ves hijo, este es el vacío. Cuando quieras podrás volar. Sólo debes pararte aquí, respirar profundo, y saltar al abismo.
 Una vez en el aire extenderás las alas y volarás...
 El hijo dudó. -¿Y si me caigo?
 -Aunque te caigas no morirás, sólo algunos machucones que harán más fuerte para el siguiente intento –contestó el padre.
 El hijo volvió al pueblo, a sus amigos, a sus pares, a sus compañeros con los que había caminado toda su vida.
 Los más pequeños de mente dijeron:
-¿Estás loco? -¿Para qué? -Tu padre está delirando... -¿Qué vas a buscar volando? -¿Por qué no te dejas de pavadas? -Y además, ¿quién necesita?
 Los más lúcidos también sentían miedo: -¿Será cierto? -¿No será peligroso? -¿Por qué no empiezas despacio?
 -En todo casa, prueba tirarte desde una escalera. -...O desde la copa de un árbol, pero... ¿desde la cima?

 El joven escuchó el consejo de quienes lo querían. Subió a la copa de un árbol y con coraje saltó... Desplegó sus alas. Las agitó en el aire con todas sus fuerzas... pero igual... se precipitó a tierra. .. Con un gran chichón en la frente se cruzó con su padre:
 -¡Me mentiste! No puedo volar. Probé, y ¡mira el golpe que me di!. No soy como tú. Mis alas son de adorno... – lloriqueó.
 -Hijo mío – dijo el padre – Para volar hay que crear el espacio de aire libre necesario para que las alas se desplieguen. Es como tirarse en un paracaídas... necesitas cierta altura antes de saltar. Para aprender a volar siempre hay que empezar corriendo un riesgo. Si uno quiere correr riesgos, lo mejor será resignarse y seguir caminando como siempre.

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 ¿Y tú, a qué le tienes miedo? ¿Qué es lo que te impide lograr lo que deseas? Recuerda que el principal obstáculo para lograr lo que deseamos, es nuestro propio miedo, pero siempre podemos vencerlo. Valiente no es aquel que nunca tiene miedo, sino aquel que actúa a pesar de él.


"Gran parte de los problemas de efectividad y sufrimiento que enfrentamos en el mundo actual (de las organizaciones y en la vida personal) está relacionado con incompetencias que presentamos en la forma de conversar y relacionarnos con otros...Muchas personas sufren por su incapacidad de ser escuchados, por su dificultad para reclamar o su dificultad para reconocer el trabajo de otros."
 Julio Olalla

 Debemos tener en cuenta que muchos de los problemas de las organizaciones son a consecuencia de la pobre comunicación que se tenga.
 La comunicación efectiva es un componente esencial para el éxito de la organización. A través de las palabras pensamos, nos comunicamos, reflexionamos, nos expresamos, opinamos, nos peleamos e incluso nos distanciamos de lo que verdaderamente nos interesa.
Según sea la calidad de comunicación que mantengamos con una persona, dentro de un grupo o en una empresa así será la calidad de la relación que obtendremos. De hecho, si nos detenemos a pensarlo un instante, todas las personas que consiguen un éxito solidó y un respeto duradero (ya sea en el campo laborar, empresarial o familiar) saben comunicar de manera efectiva, aun intuitivamente, sus ideas, propósitos y emociones.


Las emociones tienen una gran importancia y utilidad en nuestras vidas, puesto que nos ayudan a responder a lo que nos sucede y a tomar decisiones, mejoran el recuerdo de sucesos importantes y facilitan nuestras relaciones con los demás. No obstante, también pueden hacernos daño cuando suceden en el momento inapropiado o con la intensidad inapropiada.

Las emociones no solo nos hacen sentir algo, sino que nos suelen empujar a hacer algo (por ejemplo, para dejar de sentir una emoción negativa) y provocan cambios en nuestra fisiología (como aceleración del corazón, sudoración, etc.).
 Cuando sentimos una emoción solemos responder a ella, y esta respuesta hace que cambie la situación, lo que a su vez puede dar lugar a otra emoción y otra respuesta.
 Una discusión entre dos personas puede ser un buen ejemplo de esto: la emoción negativa que sientes cuando alguien te hace un reproche te lleva a responder diciéndole algo que hace que esa persona sienta ira y responda de un modo que genera en ti desprecio y otra respuesta negativa, y así sucesivamente.